Era una tarde tan calurosa que la única manera de poder jugar al fútbol era refrescándonos, primero, en la pileta helada de La Quinta. Una vez realizado el ritual, íbamos corriendo a pedirle la pelota número cinco a Don Ignacio, el encargado. Don Ignacio tenía dos actividades fundamentales, cortar el césped de la cancha de rugby, a pleno rayo del sol, o estar en su casa, que se encontraba justo detrás de la cancha de paleta. Era tan oscura que nos daba miedo. Golpeábamos la puerta y pasaba como medio minuto hasta que Don Ignacio respondía con la puerta cerrada. Después, como en una película de terror, escuchábamos el chillido de la puerta abriéndose sola, pero no, unos segundos más tarde, aparecían los ojitos colorados de Don Ignacio, perdidos en la oscuridad de su rostro que se confundía con la del ambiente. A veces no encontraba el pico para inflar la pelota y nos pedía que entremos para darle una mano. Nadie se animaba, hasta que algún valiente tomaba la iniciativa y en plena penumbra se disponía a revolver entre las pelotas y los infladores. Había, sin embargo, algo que siempre nos llamaba la atención, la gran cantidad de pelotas ovaladas, la mayoría desinfladas y tiradas en el fondo, como si estuvieran en desuso. Salíamos en patota disparando para la cancha de fútbol, antes que vinieran los grandes a ocuparnos la cancha. El placer de esa rutina era indescriptible.
Pero esa tarde, vaya uno a saber por qué, no era cualquier tarde. No llegamos a pisar la cancha que los grandes ya se habían reunido en el área, definiendo los equipos para comenzar a jugar. A pesar de la gran desazón, nosotros sabíamos que teníamos algo muy preciado por ellos –la única pelota de fútbol de la quinta– así que salimos corriendo desesperados entre medio de los árboles. A pesar del descontrol había una única cosa en la que estábamos todos de acuerdo: si los grandes nos iban a arruinar nuestro partido de fútbol, nosotros íbamos a arruinar el partido de ellos. Pero para lograrlo teníamos que escondernos en un lugar seguro, que ningún grande conociera. Ese lugar secreto era un galponcito de material en donde el encargado del bar, que se llamaba Cerro, guardaba los cajones de Pepsi, Gini, y Teen. Era nuestro escondite perfecto, nadie sabía que nosotros podíamos entrar ahí, ni siquiera Cerro, al cual respetábamos muchísimo porque, se decía en La Quinta, que había jugado en la primera de Newell´s. Aunque nadie podía confirmarlo nosotros estábamos convencidos que así era porque su hijo, al que llamábamos Cerrito, tiraba unos centros bárbaros, y eso sólo lo podía hacer alguien al que se lo haya enseñado un jugador de la primera, su papá. Estábamos decepcionados y enfurecidos a la vez. Nos habíamos jurado quedarnos ahí, entre los cajones, para siempre. Por ninguna razón la pelota iba a abandonar ese lugar.
La cuestión es que después de media hora de desaparición de la pelota, los grandes no aguantaron más y fueron en busca de alguno de nuestros padres para que mediara entre nosotros y ellos. Pero nuestro enojo era tan profundo que convencernos de ceder la pelota era un trabajo duro. El mediador se llamaba Armando. Nos prometió que si le dábamos la pelota a los grandes él nos enseñaría un nuevo juego con las pelotas ovaladas que guardaba Don Ignacio y en una cancha entera, toda para nosotros. Soltamos la pelota de fútbol y fuimos corriendo a buscar las pelotas de rugby a la casa de Don Ignacio. Armando cumplió con su promesa: esa tarde, en la quinta de Uni, aprendimos a jugar al rugby, y la diversión se prolongó por los próximos treinta años de nuestras vidas.
(Nota de Agustín “Vasco” Irurueta, Capitán de Rugby: Allá por el año 1972, fue el comienzo de la Escuelita del Rugby del Club Universitario de Rosario, a través de quienes fueron artífices y gestores de esas acciones fundamentales, el señor Armando Sarrabayrouse, el señor José Emilio “Piti” Madariaga”, el señor Juan Héctor “Canchi” Sylvestre Begnis, el señor Edmundo “Chupino” Kaden y Horacio “Alemán” Rudmann. A un año de cumplirse 50 años de aquel comienzo de ´72, queremos compartir lo escrito por uno de esos niños/jugadores que dieron comienzo al Rugby Infantil.)
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